Una de las cosas que más me impresiona sobre la muerte, no es la muerte misma. Es la capacidad que tenemos los seres humanos de seguir adelante a pesar o más allá de ella.
Lo que me impresiona es mirar hacia afuera, en esos primeros días de estupor en los que no entendemos bien lo que pasó y ver como el mundo sigue girando, el sol saliendo, los pajaritos cantando, los carros andando, los buses recogiendo niños, las oficinas funcionando, la gente caminando por la calle. Y poco a poco, nosotros, los que nos quedamos, que pensamos que el mundo se va a detener por la muerte de alguien a quien amamos, vamos volviendo a ese mundo que sigue su curso inmutable y en mi cabeza por estos días, un poco cruel.
Y es que cuando alguien que amamos muere, se va con ellos una parte de nosotros. Que durante los primeros días tratamos de agarrar duro para que no se vaya, pero que luego vamos soltando, poco a poco para quedarnos con lo más importante. Y cuando subimos la mirada, está el mundo allí funcionando, imparable, sosteniéndonos, sin que lo notemos.
Es mi pensamiento moviéndose entre lo profundo de la experiencia de la muerte, cómo nos saca de la realidad y luego lo cotidiano que sigue, que no para, que nos sostiene y nos ayuda a seguir adelante, para que de nuevo nos volvamos a montar en la rueda andando y sigamos disfrutando del viaje.
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